En primer lugar, darle las gracias a Maripi, la madre de Dulce, por prestarnos su casa para pasar el fin de semana.
El sábado por la mañana nos vimos todos las caras (aun con el maquillaje de la noche anterior) en el Hoyo, donde cogimos la guagua rumbo a la Atalaya. Durante el trayecto, Dulce no hacía más que preguntarle al chófer que si sabía llegar hasta su casa, éste, como no, se reía en su cara porque le parecía algo"absurdo" que no supiera donde vivía (Dulce, nosotras te seguimos queriendo igual)
Una vez llegados a la Atalaya, nos sentamos en la plaza del pueblo a esperar a Cristina y a las scouters, que estaban desayunando. Cuando por fin, estábamos todos juntos, nos dispusimos a bajar al sitio de acampada.
Nada más abrir la puerta, flipamos con lo bonita que era la casa y nos hicieron una ruta turística por ella. [+]
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